Algunas personas
aseguran que lo hacen por estar en contacto con amigos, para crear networking o
simplemente para estar informados. Pero, la verdad, es que todos tenemos una
hambrienta mascota virtual llamada: ego que nos mantiene
pegados al ordenador día tras día. Este voraz mini tú es alimentado diariamente con cada Tweet,
Follower o Like que recibimos.
Comienza a ser cada vez
más habitual oir o leer a la gente frases del tipo ,me falta un seguidor para
llegar a los 10,000, el próximo será el follower número 10.001 y cosas
similares. Esta creciente obsesión por las cifras hace que uno se plantee
ciertos aspectos sobre el comportamiento en las redes sociales y cómo se
confunde el significado real de influencia y se empaña con un exceso de
ego. La influencia y el ego son dos
conceptos que van de la mano en el mundo de las redes sociales, pero necesitan
compensarse, al igual que el Yin y el Yang de la filosofía oriental. Hay que
buscar el perfecto equilibro.
Imaginemos que alguien
postea algo, por ejemplo en Twitter, otra persona lo lee y hace un retweet,
otro lee el retweet, el post original y genera un comentario. Este comentario
acaba siendo leído por alguien, que además de leer toda la información
generada, sigue el consejo que han dado y le genera un beneficio. Cada persona
ejerció una acción, cada acción tuvo un efecto, pero ¿cuál fue la más
importante?; la respuesta no es sencilla, dependerá de cada situación, pero es
importante que haya existido esa conexión entre la persona que escribe algo y
la persona que comenta o comparte, ahí es donde comienza a verse la influencia.
Pero para poder influir en la gente se necesita tener acceso a ese grupo sobre
el que queremos actuar, es la única manera de que perciban nuestro conocimiento
en la materia, nuestra opinión o nuestra solvencia como profesionales. La
popularidad ayuda, pero no garantiza el éxito, simplemente abre más puertas
pero no hace el trabajo por ti.